Un virus anda suelto

La guerra para reiniciar el sistema, con el fin de volver a los orígenes de la humanidad y la naturaleza, ya había comenzado, y de qué manera. Pero las intenciones de ese virus, de volver a los orígenes, al nacimiento del todo y de la nada consistían en poder controlar a la sociedad, la naturaleza, en definitiva, la vida misma.

No significaba un paso más para mejorar las cosas o cambiarlas, en este caso volver a las raíces, para este virus, no implicaba otra cosa que una mayor potenciación del dominio y de la autoridad sobre todas las cosas, pero sobre todo había un plan detrás de todo esto: Explotar al máximo la energía del vaivén fundamental.

En ese manual que me topé en la sala del descanso del Ministerio podía apreciar el significado del vaivén fundamental, su nacimiento y desarrollo a lo largo de la historia. ¿Pero qué era el vaivén fundamental?

Podríamos decir que elementos como el agua, el fuego, las plantas, la tierra y las montañas como valerosos guardianes del todo, el aire, todos estos elementos, forman el compendio básico del vaivén fundamental; Se sucedían uno tras otro, con sus explicaciones minuciosamente detalladas, mientras ojeaba las páginas del manuscrito, como si la misma hoja fluyese sola bajo mi atenta mirada. No estaba acostumbrado desde hacía años a ojear página alguna, y esta sensación era más aterradora de lo que me podía imaginar en ese momento. Sentí escalofríos.

No era una destrucción creativa lo que el virus tenía en mente. Lo que sí pedía el sistema a gritos era una especie de revolución creadora, algo que provocase, en primera instancia, una catarsis sobre el universo.

Pero lo que yo sí tenía claro era que la propagación de este virus, el virus del miedo y de la autoridad, no era la vía para alcanzar esta revolución deseada.

¿Era realmente necesario confinar a la población de esa manera y que sólo tuviéramos permiso para ir a comprar lo esencial, siempre bajo el auspicio, control y miedo que ejercía el estado?

El confinamiento suponía normas y más normas por doquier, restricciones para todos los gustos. La jefatura estatal se sentía en su salsa con los mecanismos establecidos del estado de sitio. La pantalla de nuestro teclado era nuestro único dispositivo que  marcaba los límites, las distancias que debíamos mantener entre nosotros, los ciudadanos. Incluso el contacto físico estaba penado con multas severas y el desplazamiento sin causa de fuerza mayor podía suponer la cadena perpetua.

Había algo, que no me cuadraba. Debido a este confinamiento, de alguna manera, se suponía que estábamos obligados a reflexionar y a pensar más que nunca, característica distintiva del ser humano, pero que había caído en desuso desde hacía décadas. Pero ahora el desarrollo de nuestra capacidad cognitiva, creativa, reflexiva y de pensamiento estaba ceñida única y exclusivamente a nuestra pantalla teclado y confinamiento casi eterno en nuestros hogares.

¿Cómo poder sacar algo positivo de todo esto?, me preguntaba a diario. Estaba metido en una especia de bucle, del cual me costaba mucho salir.

Lo que me resultaba muy curioso era que el aire que respiraba era cada vez más limpio, como hacía tiempo que no se respiraba en el ambiente; Los ciervos y los habitantes de las montañas que abrigaban Dark City de manera imponente, inundaban las calles. El agua del mar que abrazaba la ciudad, cada día que pasaba, era más cristalina.

El manuscrito que tenía en mi poder podía invitarme a un reencuentro conmigo mismo. El recuerdo lejano del ascenso que hice al Malpuig por aquel 20 de noviembre del 2019 puede contener algunas de las claves que me puede permitir desafiar el actual sistema dominante. No sé si todavía era el momento, pero si ese hermoso recuerdo o imagen llegase a cristalizar nuevamente de alguna manera en mi alma, si se producía la conexión, yo podía tener los días contados. No pararían hasta dar con mi pellejo. Un virus anda suelto y en mis manos tengo el manuscrito del vaivén fundamental. Pero lo peor de todo es que también tenía mi pantalla teclado …

Sólo unas palabras o una foto mejor

Esta es una de las fotos más nítidas y bellas que he visto últimamente. O debería decir mejor, que he leído. Interesante contradicción. La reacción fue instantánea en mi cerebro una vez leído el párrafo, como si el obturador si hubiera abierto en el momento justo y preciso para que entrase la cantidad de luz necesaria.

Fue el retrato fotográfico perfecto, y eso que yo pensaba o creía que sólo las cámaras de última generación eran capaz de reproducir una escena o secuencia con semejante realismo, nivel de detalle y magia al unísono.

No cabe duda alguna de la capacidad que tiene el ojo humano de capturar aquello que lo dice todo en una foto, sin necesidad de acudir a las palabras y los variopintos recursos que ofrecen. ¿Una imagen vale 1000 palabras dicen, no?

Pues a veces un párrafo bien estructurado con todo lujo de detalles y que te puede teletransportar al interior de la página y la escena, bien puede valer una de las mejores fotos de todos los tiempos. Muchas palabras pueden hacer una de las fotos más bonitas.

GRACIAS CREATIVIDAD

Reflexiones de un confinado

Estaba en una habitación, no se podía salir al exterior, a la calle, no se podía ni salir a pasear. Sólo lo podías hacer para lo estrictamente necesario, como por ejemplo, hacer la compra, sacar a pasear a tu mascota, si la tienes claro, ir a la farmacia o por motivos laborales. El confinamiento estaba en primera línea.

La pandemia se propaga a un ritmo vertiginoso, nunca visto con otros tipos de virus a lo largo de nuestra historia. El ritmo de vida que estaba llevando también hasta hace poco, lento, lo que se dice lento, tampoco lo era. Parecía una señal inequívoca más que nunca.

Inmediatez, instantaneidad y celeridad gobernaban con determinación desde hace años. Nadie les tosía y ellos ahí, tan impasibles. Era tal el grado de autoridad que no había espacio para reflexionar, ni incluso poder imaginar.

Pero todo se debe parar, y es vital por razones sanitarias. Cierre temporal de comercios, de servicios que no son esenciales y empresas, están a la orden del día.

Si se puede salir al balcón, dispongo de uno, por suerte. Salgo, veo las calles y las avenidas, están desiertas, a duras penas veo algún coche o ambulancia pasar. La ciudad se vació, como si algo pretendiese comunicar también. Posiblemente lo necesitaba ella también, sentir este vacío.

Lo bueno de todo esto es que mis fosas nasales empiezan a inhalar un aire un poco más puro. El panorama actual asusta, pero la perspectiva entonces no tanto. Eso pienso cuando leo con atención que la contaminación ha bajado a niveles históricos. El viento fresco y limpio presagia el inicio fulgurante de la primavera, el cielo lo agradece, se revoluciona, eso me inspira.

Llevo una semana confinado, a veces me subo por las paredes, el nerviosismo se apodera de mí, es cierto, no tengo reparo en reconocerlo.

El estado de alarma se decretó para un total de 30 días mínimo, que podrían incluso ser más, limitando de manera contundente la circulación de las personas. La salud de muchas de ellas estaba en juego como también de las personas que ya estaban infectadas por el COVID. Pero tampoco dejaba de darle a vueltas a una cuestión. Era algo que me inquietaba enormemente:

“¿Tenía que propagarse el virus, justo ahora, por algún motivo más?”, puede parecer un poco rebuscado, y entiendo que algunos de ustedes también lo piensen, o no compartan mi punto de vista, lo respeto, pero está claro que por alguna razón me lo preguntaba también a mí mismo.

La limitación en cuanto a desplazamientos, al contacto físico, pero nada me impide poder conectar con mi mente, mi alma. De momento, que multen por la capacidad de pensar, crear, meditar, no está penado, pero muy a la moda no están, o mejor dicho no estaban entre las virtudes más valoradas hasta hace poco. Ahora parece que hay agarrarse a ello como un clavo ardiendo. Y ya saben, que lo que no está a la moda o no es tendencia, no ofrece mucho beneficio económico. No es rentable a corto plazo.

Es ahí cuando siento que encerrado no estoy del todo, realmente se empiezan a despertar libremente sensaciones, deseos y pensamientos. La imaginación y la creatividad están llamando a mi puerta.

¿Era mi mente la que estaba cerrada y yo no era capaz de darme cuenta de ello si no hubiesen decretado el estado de alarma?

“Ahora tengo vía libre, claro”, reflexioné en ese instante.

Estoy encerrado entre cuatro paredes solamente. En otro orden de cosas, el estado de alarma era también mental y espiritual. Si el alma estaba confinada desde hacía años, es el momento de dotarla de las herramientas necesarias para hacerla aflorar pues.

La creatividad se está asomando, la percibo a través de mi confinamiento, pero tengo que acabar de darle una forma más consistente. Soy consciente de ello y este es el primer escalón para un futuro prometedor y quiero que estas palabras sean también testigo de ello.

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